La condición de Viola Saulitre

Este proyecto parte de una pregunta esencial: ¿qué significa aparecer en el mundo? Hannah Arendt, en La condición humana, plantea que ser humano no es solo existir, sino estar presente ante otros, participar del espacio común como alguien visible, alguien cuya palabra y cuerpo cuentan. Desde esta premisa, el retrato de Viola Saulitre no se concibe como un gesto puramente estético, sino como un acto político: una reivindicación de su derecho a aparecer y a ocupar un lugar en la estructura social que habitualmente la invisibiliza o la reduce a una figura marginal, negándole reconocimiento pleno como persona.».

Acrílico sobre lienzo, 115 x 115 cm. Colección particular. Madrid.
Acrílico sobre lienzo, 115 x 115 cm. Colección particular. Madrid.

María Bisbal y Viola Saulitre se conocieron en 2010 y desde una relación prolongada que duró varios años a través de gestos mínimos del día a día (María le llevaba comida, atendía sus necesidades, escuchaba sus relatos, etc…) surgió el conjunto de la obra que como pilar tenía la creación de su retrato.

El retrato de una inmigrante travesti que habita la acera de la calle Atocha en Madrid como territorio de supervivencia y resistencia. Su figura, al borde de lo visible y lo tolerable, emerge como una encarnación lúcida de las tensiones que atraviesan nuestro presente: exclusión sistemática, violencia estructural, racismo, transfobia y envejecimiento en la precariedad.

  • Pintura Acrílica sobre lino, 115x 115 cm12 hojas A4 con textos e imágenes realizadas por Viola Saulitre∙ Video .mov 720x576 duración 7’51 minutos
    Pintura Acrílica sobre lino, 115x 115 cm 12 hojas A4 con textos e imágenes realizadas por Viola Saulitre ∙ Video .mov 720x576 duración 7’51 minutos

El retrato muestra a Viola de pie, en un plano frontal y sin fondo distractor, sosteniendo en una mano bolsas de plástico y en la otra apenas un leve gesto colgante. Viste una chaqueta de lana granate, bufanda gruesa, una pulsera de plástico rosa y una falda larga oscura. Todo en ella —las capas, los materiales, los colores cálidos y prácticos— construye una estética de la supervivencia, profundamente intencionada. No hay aquí una imagen construida desde el folclore de la marginalidad, sino desde la dignidad que se encuentra en la composición del detalle: el abrigo usado como armadura, el reloj barato como declaración de estilo, el gesto corporal como declaración de presencia. Su cuerpo, lejos de estar neutralizado, habla con una contundencia silenciosa. Cada pliegue de su ropa es, también, una forma de narrarse.

La pintura que aquí se presenta no como una captura. Su retrato no grita; permanece en un silencio táctil que contrasta con la intensidad casi performativa de su presencia en la calle. A través de la quietud de la imagen, se abre un espacio para pensar en los mecanismos de representación que operan cuando miramos “al otro”, y para situar la experiencia de Viola no como objeto de compasión, sino como sujeto de una voluntad feroz: la de tener unos pechos, la de ser llamada por el nombre que eligió, la de resignarse —sí, resignarse— a las lógicas marginales que se le imponen, pero también dominarlas, habitarlas, torcerlas.

Viola Saulitre le daba una importancia visceral a su cuerpo. Desde el modo en que se vestía hasta su insistencia en transformar su anatomía, su presencia callejera era también una forma de performance involuntaria, radical y diaria. Su cuerpo, intervenido y deseante, se volvía manifiesto. En ese gesto estético —provocador, contradictorio, brillante— se cifra también su poder político. No se trata de una estética “decorativa” o de embellecimiento; se trata de identidad, de afirmación, de lucha. Como propone Virginie Despentes en Teoría King Kong, el cuerpo que incomoda puede ser también el que funda una nueva forma de poder: el que no pide permiso, el que se impone en su exceso y su derecho a ser visto.

Retratarla, entonces, es asumir que el gesto pictórico no es neutral: se inscribe en esa misma política de la visibilidad, en esa disputa por quién merece ser mirado, nombrado, sostenido por una imagen. Este retrato no busca apaciguar, pero tampoco explotar. Quiere abrir una grieta para mirar de frente, sin resolver, lo que ocurre cuando alguien hace de su propia existencia un acto continuo de aparición.