La instalación creada por María Bisbal explora el concepto de interdependencia, entendido como la dinámica de responsabilidad mutua y la necesidad de compartir principios comunes con otros. Esta reflexión se articula en torno a una problemática profundamente actual: la violencia de género.
Para abordar esta temática, la artista ha contado con la colaboración de la Asociación de Mujeres contra el Maltrato (MUM). La participación de estas mujeres, marcadas por experiencias de violencia, plantea el desafío de representar rostros que no quieren, no deben o no pueden ser expuestos de manera convencional.
Instalación de dos piezas formadas cada una por un cubo de tres caras de tabla demadera, espejo, retrato de pintura y rotulador acrílico sobre papel Papel Fabriano “Pittura” 400 g/m2 montado en bastidor de madera.Total Instalación: 126x35x28 cm.
La fuerza de este contexto —y la singularidad de las vivencias de quienes lo habitan— exige repensar los lenguajes habituales de la representación. La obra, por tanto, no solo es una propuesta estética, sino también un gesto ético y político que da lugar a nuevas formas de visibilización.
La obra se compone de dos retratos, cada uno dispuesto en un cubo de cuatro caras. Estas imágenes permanecen ocultas y solo pueden observarse a través de dos pequeños orificios. Al igual que en la instalación Étant donnés de Marcel Duchamp, este recurso despierta un deseo de superar el sistema de ocultamiento y acceder a lo que permanece velado. Al mirar dentro de las cajas, nuestros ojos se alinean con las pupilas de la persona retratada, y a través del reflejo en un espejo —que introduce una sensación de extrañamiento y provoca una pausa reflexiva— nos descubrimos a nosotros mismos portando su rostro.
Esta experiencia genera un espacio de diálogo íntimo, en el que ver y ser visto se funden en una misma unidad. Ya no somos simples espectadores que observan desde la distancia, sino sujetos implicados que, de forma individual, se enfrentan a lo impresentable y lo irrepresentable de la violencia de género.
En sintonía con algunos trabajos del artista chileno Alfredo Jaar, esta propuesta cuestiona los sistemas tradicionales de representación. La imagen no se ofrece de manera directa, sino a través de una recepción mediada e indirecta. Este desplazamiento permite intuir una violencia invisible que las imágenes difundidas en los lenguajes públicos convencionales no pueden mostrar, precisamente porque esos mismos lenguajes son, a la vez, productores y silenciadores de lo que representan.
Sin embargo, la participación del espectador no se agota en la experiencia visual. El campo de lo perceptivo se traslada al ámbito del lenguaje cuando, al finalizar el recorrido, los visitantes son invitados a construir un relato que dé testimonio de lo vivido ante quienes no han atravesado la experiencia. Surge entonces una pregunta esencial: ¿cómo narrar a otros lo que se ha visto? En ese intento de articular el relato, comprendemos que el lenguaje común y la sintaxis establecida no son suficientes para comunicar la intensidad del acontecimiento traumático. Se vuelve necesaria, por tanto, la creación de nuevos lenguajes, de vías alternativas a los códigos históricamente impuestos, que permitan generar espacios de acogida y sensibilización.




